martes, 11 de agosto de 2009

Palabra y Tradición, conocimiento de Cristo


La fe en Jesucristo, conocido por la Palabra y la Tradición
La en fe en Jesucristo decimos, pero preguntémonos ¿en qué Jesucristo creemos?. ¿Cómo es el Señor en quien ponemos nuestra confianza?. ¿Hay diferentes jesucristos o sólo uno?. ¿Dónde podemos hallar a Jesucristo? Estas cuestiones nos pueden parecer tontas, pero si preguntásemos a nuestro alrededor, obtendríamos respuestas muy diversas. ¿Todas ellas responderían realmente a la pregunta que el mismo Señor nos dirige a cada uno de sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Es posible que muchas surjan realmente de una experiencia religiosa profunda, de una reflexión seria y del conocimiento teológico, pero otras muchas serán idealizaciones y proyecciones de nuestros deseos humanos. A estos interrogantes es difícil hallar una respuesta global. Nosotros nos fijaremos en San Pablo. Él mismo nos dice “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos” (Ef.4,4 – 6) y sigue diciéndonos “Ante
todo, les he transmitido lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras” (1Cor.15,3 – 4). “Conozco a Cristo pobre y crucificado”.
A muchos les gusta el Cristo de los milagros y el que anduvo por la mar y se olvidan del Cristo que agarra el látigo y el que increpa a los mismos discípulos como hombres de poca fe, al Cristo que le dice a Pedro, aparta de mí Satanás, que piensas como los hombres y no como Dios. Simplemente muchos prefieren la resurrección y la ascensión a la pobreza de Belén y la ignominia de la Cruz. De un modo u otro siempre tendemos a subraya bien lo humano, bien lo divino de Jesús. Y sin embargo ambos son inseparables porque no hay más un que un Cristo, Jesús enviado por el Padre para Salvación nuestra.
Conocer a Cristo pobre y crucificado, no es el Cristo de los milagros, ni el de las buenas palabras, ni el Cristo glorioso, sino aquel que se negó a sí mismo, se rebajó y que vivió en y para cumplir la voluntad del Padre, que abrazó la cruz entregando así su vida para la salvación de todos los hombres. La cruz como signo del amor incondicional de Dios. Ese es el Cristo encarnado en la naturaleza humana. Esto nos ayuda también a nosotros, para que como dice el mismo Pablo: “revestidos de los sentimiento propios de Cristo” encarnémonos en nuestra propia realidad y en la realidad difícil y dura en la que viven muchos hermanos nuestros. Así viviremos como Cristo encarnados, pero también como él es necesario aceptar la Cruz de nuestra vida, esto es morir en el amor, pues no es una cruz cualquiera sino aquella que surge de la fidelidad al amor de Dios y los Hombres. No se trata de sufrir por sufrir, ni la resignación a una enfermedad o la aceptación de las contradicciones que la vida nos brinda. Sino que se trata de entrega, donación, ofrenda, de un salir de nosotros mismos, del hombre viejo, para darnos a los demás.
El libro del Eclesiástico,2 nos dice:”Hijo mío si decides servir al Señor, prepárate para la prueba”. No es que Dios necesite probarte para comprobar cuánto puedes resistir. Él ya sabe de qué materia estás hecho y conoce tu corazón. Las pruebas son aquellas que surgen de la fidelidad al amor de Dios. Ya que la fe exige un estilo de vida que en muchas ocasiones entran en contradicción con los valores del mundo. Así pues nuestra cruz es una renuncia libre a nuestros deseos, a nuestro egoísmo, a nuestros intereses por esta fidelidad al amor de Dios, porque hemos encontrado el tesoro escondido en el corazón. Es un abrirnos al perdón, a la reconciliación, a la misericordia.
El único modo de acercarnos al Cristo real es adentrarnos en la Palabra y en la Tradición de la Iglesia. No hay otro modo de conocer a Cristo. Y hacerlo como Moisés ante la zarza ardiente, descalzos. Es en la Palabra y en la Tradición recibida donde nosotros fundamos nuestra fe. La Tradición es la transmisión del Evangelio de Jesús, esto es la encarnación, pasión, muerte y resurrección. Aquello que los apóstoles vieron y oyeron. La Palabra es misma Historia de la Salvación, Cristo mismo, a través del cual descubrimos los designios y las promesas cumplidas de Dios a los hombres por medio de Jesucristo.
Nosotros como los apóstoles, hemos recibido este mensaje. No sólo para alimentar nuestra fe, sino también para ser enviados a comunicarlo a todos los hombres. Pues somos sal y luz del mundo. Por ello somos testigos que han visto y oído, discípulos y misioneros.
Fundados en esta Palabra y Tradición, podemos decir como San Pablo a los Filipenses (1,21) “Para mí la Vida es Cristo, y una ganancia el morir”.