jueves, 12 de noviembre de 2009

Reír por Dios, reír



En la vida hay muchas cosas que nos parecen imprescindibles y que no podemos dejar en el camino. Cada cual haga su lista. Entre las más importantes las ganas de reír. Característica propia del hombre es la risa y a ella se ha dedicado miles de chistes, anécdotas, libros, películas, se han captado imágenes de video graciosos, teatro, canciones, viñetas, etc… El hombre necesita reír. Es por ello que urge hablar del buen humor, precisamente ahora cuando la humanidad sufre cada vez más la cultura de la muerte, de la que nos hablaba el finado de feliz memoria Juan Pablo II.
Siempre encontraremos fanfarrones, mamarrachos, socarrones, malnacidos que se desfogan a base de insultos, violencia y agresividad física o verbal. Tampoco nos faltaran situaciones vitales negativas, dolorosas y tristes. Sin embargo el buen humor nos hace recibirlas con calma y afrontarlas con serenidad; hace posible poder responder a ellas no a fuerza de mal, de más violencia, a ver quien grita más fuerte sino a fuerza de bien, como Jesús mismo nos decía, o el mismo Pablo de Tarso, o bien otros tantos santos o simplemente hombres y mujeres que supieron dar su vida por la no violencia.
En ningún momento podemos pensar que esto sea fácil por supuesto, pero esto no significa que sea imposible. El mayor escollo que encontramos está en los medios de comunicación social que se regodean en subrayar las noticias negativas, mostrando la imagen más impactante y cruda posible; lo que trae como consecuencia que los ciudadanos tengamos por un lado cierta indiferencia ante la misma noticia, y por otro lado están creando un ambiente gris, apático, pesimista que inconscientemente lo manifestamos en nuestro modo de hablar cotidiano. ¡Hay que ver cómo está la juventud! ¡Qué mal está el mundo! ¡Cuánto sinvergüenza! O bien como encontré escrito en la pared de no sé donde pienso luego existo, existo luego no sé cómo pienso. De pena. Sin comentarios. Esto nos lleva también a las grandes depresiones que sufre el mundo, y al pensamiento generalizado de no pocos ignorantes; ¡para qué traer niños a éste mundo!, ¿para que sufran? Como si el problema fuesen los niños y no los gobiernos, los intereses económicos y los egoísmos personales. Esta cultura de muerte nos ha entristecido el rostro.
Cada vez más encontramos rostros fríos, nostálgicos y desalentados, sobre todo en las grandes urbes. La peor de todas las consecuencias es la poca importancia que tiene la vida. La vida no vale nada. Se mata incluso para saber qué se siente, o para seguir el juego de roll, o ser aceptado en la banda o sencillamente como rito iniciático.
Ante todo este drama del que no podemos prescindir, ya que es nuestra realidad, hay que insistir una vez más en la necesidad de la risa y del buen humor. Porque el hombre fue creado para descubrir y admirar lo bueno, lo verdadero y lo bello. En definitiva para admirarse ante Dios mismo que es toda bondad, toda verdad y del que emana toda belleza. Debemos esforzarnos cada día más buscar y descubrir el lado bueno de las cosas y lo positivo, más aún sacar algo que alegre un momento triste o de mal humor. Quién no ha tenido la experiencia de sentirse preocupado, triste o simplemente tener un mal día y alguien nos ha borrado esa nube gris contándonos un chiste, gastándonos una broma o regalándonos una sonrisa. Vivir cada momento de la vida buena o mala, con alegría, es hoy por hoy una labor urgente. Y no es que haya que desterrar los momentos serios, difíciles y duros, pero sí intentar alegrar la vida cuando sea necesario y tratar de ser optimistas. Tampoco es caer en la superficialidad y la chabacanería; pero hacen falta momentos, personas y oportunidades alegres que inyecten una dosis de alegría y buen humor en medio de tanto pesimismo.
No podemos perder nuestro optimismo. El entusiasmo por la vida, el gozo de una sonora carcajada, la sonrisa humilde ante un fracaso, la ilusión por ser felices; son nobles ideales que quizá no en grandes cápsulas podamos tomar, pero si en pequeñas dosis. Las dificultades no pueden ser un obstáculo, sino un aliciente para luchar con más fuerza por sonreír a la vida como nos dejó dicho Teresa de Calcuta: La vida es la vida, ¡Vívela!, pero con una sonrisa.
Hoy contamos con un invento nuevo. Gracias Doctor Patchs Adams por regalar al mundo la “risoterapia” que tanto bien ha hecho en medio de tanto dolor. Gracias a los payasos de la tele, a la payasitas Ni Fu Ni Fa, a la gente de la farándula, comediantes y artistas, personas anónimas que a través de los siglos dibujaron una sonrisa al mundo.
Acabo con una oración que siempre me gustó muchísimo atribuída a Santo Thomas Moro:
Señor, dame una buena digestión
y, naturalmente, algo que digerir.
Dame la salud de cuerpo
y el buen humor necesario para mantenerla.
Dame un alma sana, Señor,
que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro,
de modo que, ante el pecado no se escandalice, sino que sepa encontrar el modo de remediarlo.
Dame un alma que no conozca el aburrimiento,
los ronroneos, los suspiros ni los lamentos.
Y no permitas que tome demasiado en serio
esa cosa entrometida que se llama el “yo”.
Dame, Señor, el sentido del humorismo.
Dame el saber reírme de un chiste para que sepa sacar un poco de alegría a la vida
y pueda compartirla con los demás.

martes, 3 de noviembre de 2009

Día de los difuntos


En Chiquimula, Guatemala, Centro América, dos de noviembre, día en que se conmemoran a todos los fieles difuntos, se vive una gran paradoja: los cementerios donde los muertos dormitan, en la paz fría y oscura del sepulcro, cobran vida.
Desde días anteriores uno percibe que algo pasa, y porque uno es creyente y sabe de estas cosas, sino la admiración sería mayúscula. El ambiente se carga con olor a corona de ciprés a la que posteriormente se le agregarán unas cuantas flores plásticas, de vivos colores, o simplemente rojas. El entorno del Santuario es mucho más colorido: coronas, cruces y formas diversas hechas de las mismas flores plásticas tan horrorosas como llamativas de color. Se percibe el movimiento de más gente transitando por las calles y el olor a fritanga de chicharrones, pollo, churrasco y demás es así como más denso. Para más “inri”, estos días el mismo clima acompaña, ya que nos hace unos días así como nublados grisáceos e invernales.
El día de marras, el dos de noviembre como dije, el cementerio cobra vida. En las tapias se encuentran los tenderetes con flores, camisetas, gorras, y demás. Además de los improvisados “restaurantes” de comida recién asada, lista para servir. Puestos de cocos y semillas secas. Amén de tonterías varias y variopintas que uno pueda imaginar. Desde la madrugada, ya hay familiares preparando el desayuno junto a la tumba de su ser más querido que recientemente, o hace años ya, nos dejó. Propio de aquí: los muertos no se marchan nunca, siempre están presentes, así pasen 100 años. Porque los propios padres legan a los hijos las obligación de coronar a sus seres de antaño. Y éstos cumplen, vaya si cumplen. Conforme pasa el día, la bulla crece; deambular de vivos entre una abigarrada multitud de tumbas. Unas sobre otras, solapándose entre sí, imposible caminar sin pisar algún yacente en tierra. Tumbas altas, bajas, medianas, y con las formas más diversas, de color piedra, granito, y también de fuertes colores. Un revuelo colorido de flores y papeles indescriptible, para el visitante. Familias reunidas que comen, juegan cartas y cantan alrededor de sus seres queridos, haciéndoles partícipes de este día que hoy especialmente les une. A las cuatro el oficio religioso, la santa misa, en un altar improvisado con fondo del Sagrado Corazón. Todos se unen en un silencio más o menos reverente y acorde con la ocasión.
Algunos permanecen todo el día, desde la madrugada hasta la noche, otros solo visitan a algunos seres y saludan a conocidos, otros coronan y se van, otros cumplen con ciertas costumbres como tomar agua de coco al salir, o almorzar “fiambre”, un revoltijo de encurtidos, casquería, vegetales variados, jamones (mortadelas, chóped y demás), carnes y otros comestibles. Cada uno diferente según lo aprendieron de sus antepasados.
En fin el día de los fieles difuntos, es un día de fiesta. No hay dolor, no hay pena, la muerte se reviste de luz y color. Alegría de una esperanza en la resurrección en la que los vivos participan con los muertos. Podremos decir que se hace visible la Iglesia Una, la que ya goza de la visión beatífica de Dios y la que aún peregrina hacia ese encuentro último y definitivo, la comunión de los santos. En el fondo es aquello de Rubén Darío, que venía a decir que los muertos no son los que gozan de la paz serena y oscura de la tumba, sino los vivos que tienen el alma fría. Uno no se sabe si se festeja a los que tomaron su equipaje para siempre o los que aún estamos metiendo cosas en él.