sábado, 9 de abril de 2011

Lázaro




Llevaba Lázaro cuatro días muerto. Olía mal dentro del sepulcro. Una cavidad cubierta con una losa. Todo a su alrededor era oscuridad. Sus manos y pies atados con vendas y la cara cubierta con un sudario. Es la situación actual del hombre. Del hombre de todos los tiempos, cuando se apaga la luz de Dios. El hombre que muere porque no tiene esperanza. Todo se le vuelve oscuro, huele la pestilencia de la violencia y de la muerte. Atado de pies y manos con las vendas del egoísmo, de la economía, de los intereses propios, de las envidias y las rencillas, del odio que no le dejan caminar ni poder liberarse de ellas. Más aún, un sudario cubre su cara, no puede ver. No se da cuenta que está dentro de un sepulcro. Muchos lloran su muerte. Pero sobre todos, Marta y María, sus hermanas. Dos mujeres con una extraordinaria fuerza ante la vida. De María se nos dice que era la pecadora que lavó los pies del Señor con sus lágrimas, se los secó con su cabello y derramó el perfume sobre Cristo. También nos señala el evangelista que ella había escogido la mejor parte, sentada a los pies del Señor, mientras escuchaba su palabra. Pues bien estas mujeres ante la presencia de Jesús hacen la misma afirmación: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Con esta afirmación manifiestan ambas su fe en Jesús, Señor de la vida, de la luz, de la esperanza. Ellas lo saben, porque lo han experimentado. Reconocen que sólo el Señor puede liberar e iluminar al hombre. En la persona de Jesús llega el único que puede cambiar realmente algo en aquella situación de impotencia humana. En contraste con la afirmación de ambas, podemos recordar la respuesta de Caín a Dios, cuando éste le pregunta “¿Dónde está tu hermano?”. Caín responde: “¡Acaso soy yo el guardián de mi hermano!” Ante la cuestión del hombre he aquí dos respuestas. Una, la de estas mujeres, que reconocen la muerte de su hermano y se lamentan de no haber podido hacer nada para evitarlo. Pero eso sí saben que la presencia del Señor es una presencia de Vida y que puede dar verdadero consuelo con su fuerza divina. La otra, la de Caín, es la negación de la misma. El hombre que no se siente responsable, que se desentiende, la de aquellos que se lamentan y se justifican sin sentirse responsables del pecado ni de la muerte ajena. Es un mero espectador. Ante este dilema es responsabilidad nuestra, como cristianos que hemos puesto nuestra confianza en Jesús, hacer presente al Señor, para que el hombre de hoy tenga vida, sea iluminado y pueda caminar. Liberar a los que viven presos atados de manos y pies con las vendas de la muerte. De esta cultura de la muerte en la que el hombre está inmerso. Seamos la voz del Señor: “Quitad la losa…,gritó: ¡Lázaro, ven afuera! …, Desatadlo y dejadlo andar”.” “Quitad la losa”. La losa que pesa, que oprime al hombre, que no deja pasar la luz ni el aire, que aísla, que ahoga. La losa del desprecio, del miedo, de la violencia, de la injusticia, de la soledad, de la vejez, del paro, de los impuestos, de los radicalismos, de las dictaduras y de las guerras… y otras tantas que ponemos sobre los demás. Jesús grita al hombre concreto ¡Lázaro!. Sí a ti en concreto, en tu persona, tú eres importante para Dios. No se dirige en general, sino a ti que vives oprimido por el peso de tantas losas que te impiden vivir. A ti, que vives atado de pies y manos y que crees que no puedes liberarte, que ya nada puede cambiar y que sufres porque todo huele mal a tu alrededor, porque no puedes disfrutar del aire fresco, ni del sol, ni oír la voz de los otros. Ojalá hoy tú escuchases la voz del Señor que te dice “¡Ven afuera!”. Ven, camina a la luz y sigue la voz del Pastor. Yo soy el camino que lleva a la Vida y a la Verdad. Ven del verbo ir, caminar, dirigirse a…es acción, movimiento; y quien camina desea alcanzar una meta, llegar a algún lugar. ¿A dónde? “afuera”; salir de sí mismo, abandonar todo este reino de muerte para llegar a la Vida. La resurrección de Lázaro no sólo es la última, sino también la mayor acción poderosa de Jesús. No se limita a curar una enfermedad, sino que llama de la muerte a la vida pues en Él se hace presente el Dios para con nosotros como aquel que liberándonos de la muerte nos hace entrar en su vida inmortal. “He venido para que tengan vida, y vida en plenitud”.