jueves, 13 de mayo de 2010

LA CASA DEL PADRE

"El que me ama cumplirá mis palabras y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada… Mi Paz os dejo, mi paz os doy…No pierdan la paz ni se acobarden." (Jn. 14,23 – 29)
El hombre siente miedo a muchas cosas ciertamente, pero si tuviéremos que ir desechando una a una hasta quedarnos con la mayor, nos quedaríamos solo con dos: el sufrimiento y la muerte. Así es que el mayor temor del hombre son aquellas cosas a las que se tiene que enfrentar sólo. Por que podrá morir rodeado de sus seres queridos pero se muere sólo. Y podrá estar durante la enfermedad acompañado de sus familiares y demás, pero se sufre sólo. Es de ahí que se siente tanto temor a morir o sufrir. Incluso su angustia crece aún más porque se cree abandonado de Dios; cuando no pone en Él, el origen de sus males como castigo. Sin embargo no son esas las palabras del Señor. Quien me ama el Padre y yo haremos morada en él. También en esos momentos de angustia el Señor está con el hombre, acompañándolo en su soledad. Porque tanto es el amor de Dios que es imposible separarse de él. Ni nada ni nadie en el cielo ni en la tierra podrá apartarnos del amor de Dios. El Señor posee la última y definitiva palabra. Y esa palabra es salvación. Es amor y Misericordia. Es por ello que nos da su paz y nos dice que no nos acobardemos. Así pues, su Paz es seguridad y confianza plena para aquellos que aman al Señor y no deben temer ni al sufrir que la vida nos impone ni al morir.
Hay una frase estúpida que uno oye cada dos por tres: El Señor se lo llevó. Y me pregunto ¿No es esto cruel? ¿Qué necesidad tiene Dios de llevarse a nadie? Y más aún, es achacarle a Dios una maldad que en su mismidad misma no cabe, porque cuando muere un niño, un joven o un adulto recién casado con hijos pequeños dejándolos en el desamparo; si pensamos que Dios es quien los llama en ese momento y le da muerte sería un Dios cruel que para nada tiene que ver con el amor, por mucho que digamos que sus caminos no son nuestros caminos. No, me niego a pensar así. Dios no tiene necesidad de nadie, ni está sujeto a las acciones del hombre, ni tiene tampoco deseo alguno de venir a fastidiarte la vida haciéndote morir, ni a ponerte pruebas para ver cuánto eres capaz de soportar o sufrir. El Señor no te pone pruebas enviándote enfermedades y contradicciones en la vida para averiguar cuánto le eres fiel. Sufrimos algunas veces por que nosotros mismos en vez de intentar hacerles la vida más agradable a los demás día a día les hacemos la puñeta. Porque el egoísmo, el hedonismo y mi yo prevalecen antes que los demás. Otras veces es el mismo ritmo de la vida la que te provoca el sufrimiento y otras veces somos nosotros mismos quienes nos ponemos en riesgo tanto en la enfermedad como en la tentación.
Nos morimos porque la vida misma es así, gracias a Dios. Por que nos tenemos que morir. Y unos se mueren antes y otros después. Sin el acontecimiento traumático y dramático de la muerte la vida carecería totalmente de sentido. Puesto que es la muerte la que nos hace valorar lo definitivo de la vida. Desde esta perspectiva la muerte es más un don que un ladrón o un castigo. Sin la muerte el vivir sería un castigo.
Otra frase estúpida es aquella de se fue a la casa del Padre. Mire usté. Esta frase revela la creencia de un bienestar y una dicha fuera y más allá de las fronteras de este mundo y de la vida. Dios se nos presenta como alguien lejano quien sabe dónde pero muchos lo imaginan allá en las alturas. Otra vez más el Señor nos revela en sus palabras citadas anteriormente, quien me ama mi Padre y yo haremos morada en él. Que ya estamos en Dios. Somos templo de su espíritu. Imaginemos el universo, la vida misma como el seno de Dios. Cuando una mujer está embarazada el feto crece y vive, respira y se alimenta en su seno. Ese es su mundo. El feto no conoce otra realidad que su mundo y se siente feliz. Ni imagina que está encerrado en una mujer. Del mismo modo nosotros podremos estar en el seno de Dios. Y la muerte nos hace descubrir un mundo inimaginable y completamente distinto. Es más aún, como cuando nace el bebé, descubre el calor, el olor y el abrazo de aquella que lo llevó en su seno y lo sustentó cuidando de él. Así mismo nosotros al morir naceremos a una vida nueva y descubriremos el rostro materno y paterno de Dios que nos sustenta y nos cuida acá en este mundo y descubriremos que no hemos ido a ninguna parte sino que siempre hemos estado en la Casa del Padre.