martes, 15 de junio de 2010

A los que tenemos unos cuantos años

A los que ya tenemos unos cuantos años recorridos por este camino de la vida, se nos hace inevitable el mirar por el retrovisor e intentar ver la senda recorrida. Muchas cosas quedaron guardadas en el almacén, muchas olvidadas y otras muchas las recordamos con añoranza, tanto que nos hace dibujar una tierna sonrisa. Poco a poco nos hemos ido llenado de esa cosa que dicen experiencia de la vida. Yo no sé si me habré llenado ya lo suficiente, pero me temo que no. Aún siento como un agujero negro en el estómago, en la entrañas, en el pensamiento. Una incertidumbre ante el futuro que sabemos ya que nunca llega. Porque nuestro vivir es un presente continúo. Quizá por eso mismo no anhelamos grandes metas, sino que nos vamos conformando con ir realizando pequeños anhelos, y gozamos de cada uno de los instantes que vivimos, con sosiego, saboreándolo. Empezamos a relativizar de forma positiva, y a valorar realmente cada cosa en su justo valor.
También al mirar por el retrovisor vemos quienes vienen detrás. Y aún sabiendo que nunca nos alcanzaran, porque cuando lleguen ya no estaremos ahí, la verdad es que desconcierta y da miedo en cierto modo: Otras formas de interpretar la realidad, las relaciones, el lenguaje. Otros valores, otra sabiduría. Uno no deja de preguntarse si antes éramos más tontos, o es que ahora los niños y los jóvenes son más listos. La verdad es que siempre caemos en el tópico de pensar que cualquier tiempo pasado era mejor. Que antes había más respeto en las relaciones de familia y entre la sociedad, menos violencia, como que todo era más sano.
Yo recuerdo perfectamente los diversos cambios generaciones de mi vida. Cambios por ejemplo en las relaciones entre padres e hijos. Cuando era pequeño mi padre era el “cabeza de familia”, bastaba su voz para hacernos entender quien era el que llevaba las riendas de la casa. Todo dependía de él. El administraba y gobernaba. En mi generación la verdad es que la educación paterna era pésima. Se educaba de la peor manera que se puede hacer: desde el miedo. Eso sí los padres y los hijos se entendían perfectamente. Sin hablar, pero se entendían. Bastaba una mirada fulminante del padre y uno entendía. Le decían a uno a tal hora en casa y vaya si llegabas a esa hora. Cuando fue quedando atrás la niñez y uno pasó a ser un poquito más grande llegó una época que podríamos decir del crecimiento. Bien alimentados, educación para casi todos los niños, cierta libertad en muchas cosas. Tantas que llegamos a transgredir lo prohibido y todo fue un libertinaje. La personalidad, la persona, la libertad lo era todo. Aquí los padres seguían siendo padres pero más dialogantes e incluso permisivos. Hubo enfrentamientos generacionales por primera vez. Los padres empezaron a no entender a los hijos ni éstos a sus progenitores. Cada uno tenía que buscar su espacio. Acabada ésta, llegó la década de las marcas. Nuestro afán eran las marcas. Bueno, mejor, nuestras no, la de otros. Pues los niños no se conformaban con los que sus padres les daban, ellos tenía que elegir sus ropas, sus calzados inclusive su comida. Adidas, Mcdonalds, Dominos, Coca Cola, Nike, Lacoste, Dolce Gabanna, Vitorio y Lucino, Prada, Sony, Calvin Klein…. (estas son más modernas). Por fin pasó la época del cambio y llegó el cambio de época: La electrónica primero, y la era digital después.
La época de los videos juegos electrónicos, los comecocos y la matanza de alienígenas entre otros. Los padres por primera vez desde el origen del hombre ya no eran padres, eran colegas de sus hijos. Amigos de sus hijos. Yo diría que un poco gilipollas porque los de esta generación empezaron sin quererlo, pero sí permitiendo, que sus hijos tomaran las riendas de la casa y la vida familiar. Relegando a los padres a un nivel un poco inferior a ellos. En el instituto, ya me pilló en bachillerato, las clases no eran simplemente clases magistrales, se optó por la experimentación y la deducción. Tengo que reconocer que con la época digital en la que vivimos, ando un poco perdido. Me da la impresión que los padres son auténtico analfabetos. Cualquier niño medianamente pequeño te habla de chips, de megapixel, kilobites, ipod, ipad, blackberry y toa su casta, que yo de eso no entiendo un carajo. Envían mensajes sin mirar siquiera el pequeñísimo teclado del móvil o celular, mientras hablan contigo. Y además en abreviaturas, y yo lo único que quiero, y con trabajo, es un móvil como teléfono para llamar y contestar. Sin complicaciones porque mi disco duro no da pa más. En esta generación digital los padres son auténticos esclavos de los hijos. La diferencia generacional es insalvable. Los niños y adolescentes han metido el miedo en el cuerpo a sus padres. El temor de herirlos psicológicamente, los traumas; el miedo y la amenaza de que se marchen de casa y otras razones más, han hecho de los padres, esclavos de sus hijos.

Pues después de todo esto que llevo dicho, solo pienso que hay una sola cosa en la que los padres no deben ceder nunca, ya que les es propio: la experiencia de la vida. Que no es otra cosa que los desengaños, los sueños rotos, los fracasos así como los logros y las alegrías, el amor madurado y tierno, el sosiego del momento vivido. Por más que los hijos quieran aún no han tenido el tiempo suficiente de vivir y experimentar esto. Por eso y nada más, la vida misma es madre y maestra, forjadora de hombres y mujeres que han de legar a sus hijos el anhelo de la madurez tranquila y sosegada que nace de la propia experiencia de vivir.

domingo, 13 de junio de 2010

JESÚS vs Superhéroes


A Jesús no le podemos poner efectos especiales, lo tiene crudo ante los héroes de hoy, pues no vuela, no tiene mirada ultravioleta, no pelea ni de patadas, ni lanza telas de araña, ni se transforma en armas letales, ni ná de ná; a lo sumo algunos milagritos que ríase usted con lo que hacen los súper héroes del comic y del celuloide. Para colmo de males no tiene un logo comercial ni es una marca registrada ultramoderna que esté científicamente demostrada ni avalada por los mejores especialistas médicos ni del marketing. Hoy Jesús no vende, no convence, no “salva” a nadie. Es simplemente un nombre ni más ni menos, a lo sumo un personaje histórico, de quien incluso hay quien desconfía de su existencia. Pero, sí, un hombre extraordinario que se convirtió en Camino, Verdad y Vida, y no sólo para los que creyeron y creen en él, sino para todos los hombres de ayer, de ahora y de siempre, porque resulta que también es irremediablemente Dios. Y eso no tiene precio, por más que lo vendieran por treinta monedas.
Sin hacer ruido, ni explosiones tremendas de fuego, versus cine de hoy, sino con la no violencia, simplemente con el amor auténtico de una vida entregada a Dios y unida a los hombres. Jesús es la única respuesta a toda búsqueda y aquel que puede salvar al mundo. Porque sólo el amor puede salvar al mundo. Pero no un amor cualquiera, de telenovela, de opereta, ni de canción, ni de escenografía. Un amor salvífico desde la entrega total inseparablemente a Dios y a los hombres. Porque uno lleva al otro. Cuanto más enderezamos y encaminamos nuestra vida hacia Dios, tanto más nos acercamos a los hombres. Pero si buscamos más los caminos del mundo alejándonos del centro que es Dios, necesariamente también los hombres se distancian. Un amor así sí salva y puede salvar un mundo desecho y destrozado por la estulticia humana centrada en valores de cartón piedra y celuloide, amparada en los intereses políticos y personales de cada quien. Donde mi mundo o mi espacio, se limita a mi yo.
Suele acontecer que los personajes ficticios se unen para salvar al mundo del malvado villano que quiere apoderarse de él. Sin embargo Jesús trabaja solo. Buscó sí, la compañía de los discípulos a quienes instruía, pero éstos no entendieron ni jota. Solo Jesús teniendo a Dios como escudo y en quien puso toda su confianza emprendió ese arduo camino que le llevó a la Cruz. Y fue justamente esta cruz el árbol de la vida, pues en ella fue vencida la muerte y su poderío en el mundo. Desde entonces todo aquel que decida “salvar” al mundo ha de pasar irremediablemente por ella. Muchos son quienes se abrazaron a la cruz del amor salvífico siguiendo las huellas del Maestro. Gastando su vida por los demás, devorados por el fuego del amor a Dios que los llevaba más y más a entregarse a los hombres, olvidándose de sí mismos; a transformar al mundo en un espacio más justo y bello. Pequeñas gotas de agua en un mundo oceánico, pero necesarias para que sea un océano completo.
Debería ser fácil transmitir esta fe en el único que es capaz de salvar al mundo; pues los hombres llevan en sí ese deseo de fraternidad universal, donde impere la justicia, la igualdad, la paz. Sin embargo cada vez es más difícil hacer de la fe una propuesta de vida entre los jóvenes y los niños. Simplemente: Jesús no es digital. Jesús no es manipulable con una maquinita, Jesús no tiene un manual de instrucciones, ni se le sigue desde la computadora o el mando a distancia. Para seguir a Jesús es necesario ponerse en pie y caminar. Hay que relacionarse con el mundo real y no con el mundo cibernético, ni de los chats. Jesús es auténtico y original, no producto de marca comercial, ni fabricado en serie. Y por supuesto como tal irreemplazable.