martes, 3 de noviembre de 2009

Día de los difuntos


En Chiquimula, Guatemala, Centro América, dos de noviembre, día en que se conmemoran a todos los fieles difuntos, se vive una gran paradoja: los cementerios donde los muertos dormitan, en la paz fría y oscura del sepulcro, cobran vida.
Desde días anteriores uno percibe que algo pasa, y porque uno es creyente y sabe de estas cosas, sino la admiración sería mayúscula. El ambiente se carga con olor a corona de ciprés a la que posteriormente se le agregarán unas cuantas flores plásticas, de vivos colores, o simplemente rojas. El entorno del Santuario es mucho más colorido: coronas, cruces y formas diversas hechas de las mismas flores plásticas tan horrorosas como llamativas de color. Se percibe el movimiento de más gente transitando por las calles y el olor a fritanga de chicharrones, pollo, churrasco y demás es así como más denso. Para más “inri”, estos días el mismo clima acompaña, ya que nos hace unos días así como nublados grisáceos e invernales.
El día de marras, el dos de noviembre como dije, el cementerio cobra vida. En las tapias se encuentran los tenderetes con flores, camisetas, gorras, y demás. Además de los improvisados “restaurantes” de comida recién asada, lista para servir. Puestos de cocos y semillas secas. Amén de tonterías varias y variopintas que uno pueda imaginar. Desde la madrugada, ya hay familiares preparando el desayuno junto a la tumba de su ser más querido que recientemente, o hace años ya, nos dejó. Propio de aquí: los muertos no se marchan nunca, siempre están presentes, así pasen 100 años. Porque los propios padres legan a los hijos las obligación de coronar a sus seres de antaño. Y éstos cumplen, vaya si cumplen. Conforme pasa el día, la bulla crece; deambular de vivos entre una abigarrada multitud de tumbas. Unas sobre otras, solapándose entre sí, imposible caminar sin pisar algún yacente en tierra. Tumbas altas, bajas, medianas, y con las formas más diversas, de color piedra, granito, y también de fuertes colores. Un revuelo colorido de flores y papeles indescriptible, para el visitante. Familias reunidas que comen, juegan cartas y cantan alrededor de sus seres queridos, haciéndoles partícipes de este día que hoy especialmente les une. A las cuatro el oficio religioso, la santa misa, en un altar improvisado con fondo del Sagrado Corazón. Todos se unen en un silencio más o menos reverente y acorde con la ocasión.
Algunos permanecen todo el día, desde la madrugada hasta la noche, otros solo visitan a algunos seres y saludan a conocidos, otros coronan y se van, otros cumplen con ciertas costumbres como tomar agua de coco al salir, o almorzar “fiambre”, un revoltijo de encurtidos, casquería, vegetales variados, jamones (mortadelas, chóped y demás), carnes y otros comestibles. Cada uno diferente según lo aprendieron de sus antepasados.
En fin el día de los fieles difuntos, es un día de fiesta. No hay dolor, no hay pena, la muerte se reviste de luz y color. Alegría de una esperanza en la resurrección en la que los vivos participan con los muertos. Podremos decir que se hace visible la Iglesia Una, la que ya goza de la visión beatífica de Dios y la que aún peregrina hacia ese encuentro último y definitivo, la comunión de los santos. En el fondo es aquello de Rubén Darío, que venía a decir que los muertos no son los que gozan de la paz serena y oscura de la tumba, sino los vivos que tienen el alma fría. Uno no se sabe si se festeja a los que tomaron su equipaje para siempre o los que aún estamos metiendo cosas en él.

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